George Baselitz "Nude on a kitchen chair"
1977-79 linocut on paper
Era una gran idea
Pensé que no había otra opción. Mi bolsillo no daba para otro proyecto como este. Habría que esperar. Más adelante, quizá.
Una mañana me encontré dando vueltas en el cuarto. No podía quitarme la idea de la cabeza. Había que diseñar un cuarto que pudiera protegerme. Era necesario. Afuera todo era peligroso. La casa no bastaba. Era una casa vieja y obsoleta. Común y corriente. Ninguna persona en su sano juicio pensaría que la casa era segura.
Así que diseñé yo misma los planos. Tenía que ser una habitación lo suficientemente grande como para que una persona, con los víveres suficientes pudiera sobrevivir un para de meses. Así que tendría que tener una buena alacena, espacio para una cama, un sillón, una mesa con una lámpara...
Pasaron los días y los dibujos se iban apilando uno tras otro.
Al cabo de dos semanas, tenía incluso una lista con los materiales que necesitaría para construirla y un cronograma en el que había calculado el tiempo que gastaría en la adecuación de mi nueva vivienda.
Por las noches me sentaba en una silla al lado de la ventana y miraba hacia afuera. La calle oscura, los transeúntes ocasionales que dejaban su sombra embarrada en mi cortina. El reflejo de las luces de un auto.
No soporto a la gente. Son realmente vulgares.
Me gusta pensar que estoy sola. Que soy algo así como una heroína que ha caído en un lugar lleno de gente ignorante. Ellos no pueden comprender. Sencillamente no pueden.
El sábado en la tarde comencé mi tarea. Fuí hasta el jardín y tracé el perímetro con un pedazo de madera sobre la tierra. Fuí a la casa y volví con la pala. Comencé a cavar una zanja sobre la línea que había trazado. Puse luego una hilera de ladrillos en ella. Rellené con cemento. Comencé a levantar la pared. A los cuatro días tenía buena cantidad de ladrillos colocados en su puesto. Levanté la vista un momento. Por encima de la cerca, la mujer que vivía al lado me observaba con curiosidad. Cuando vio que la miraba, saludó: "Buenos días..." Me quedé mirándola un momento. Ella se sintió incómoda, apartó la mirada y siguió su camino. Respiré hondo. "Qué se ha creído esta?" pensé. "Qué falta de respeto!".
Al cabo de tres semanas ya tenía la estructura prácticamente lista. Los vecinos pasaban de Eaqui para allá pero ya no se asomaban ni pretendían entablar conversación. Bastó un mes para terminarla.
Había quedado perfecta. Ese domingo decidí que era hora de amoblarla. Desarmé la cama y la cargué hasta el nuevo cuarto. La oscuridad era acogedora. No tenía ventanas, por supuesto. ¿Para qué? No había nada que ver afuera.
Esa tarde fuí de compras. Paseé por el supermercado llenando el carrito con cuanta lata y conserva encontraba. También compré una buena cantidad de jabón, shampoo, pasta dental, toallas higiénicas...
Todo lo que se me ocurría que podría necesitar una vez estuviera instalada en mi cuarto. Cuando intentaba decidir cuantas latas de arvejas y zanahorias con habichuelas comprar, apareció la bruta preguntona al otro lado del pasillo. Traía su sonrisa estúpida pintada en la cara. Como si yo no supiera que era una hipócrita descarada.
"Cómo está?" preguntó.
"Y a usted qué le importa, estúpida? le espeté en la cara.
La sonrisa se le congeló en la cara y corrió por el pasillo hasta perderse.
"El que rie de último rie mejor", pensé.
Cuando tenía todo listo para mudarme, recogí toda la ropa que tenía en mi antigua habitación y la guardé en una bolsa. No necesitaba maleta. Iba a moverme exactamente 12 metros.
Caminé hasta la puerta de mi nuevo hogar. Sentí el calor del sol de la tarde en la nuca. Nunca me gustó el sol. Abrí la puerta y entré. Dejé la bolsa en el piso y busqué la llave en mi bolsillo para asegurar la puerta.
Cuando levanté la vista, no pude dejar de notar una sombra en el árbol de la casa de enfrente. Era un niño. De unos 12 años. Estaba sentado a horcajadas en la rama más alta del árbol y me observaba con curiosidad. Sin dejar de mirarlo, cerré la puerta. Luego le di tres vueltas a la llave.